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BONITAS INTENCIONES, CRÓNICA OPINATIVA DE LA IX BIENAL NACIONAL DE PINTURA Y GRABADO ALFREDO ZALCE

Por Edward Mutt*

…la Bienal Nacional de Pintura y Grabado Alfredo Zalce coincide con la personalidad del Museo que la promueve. Siempre como un campo de acción posible y pendiente, las diferentes manifestaciones del arte contemporáneo comparten espacio con la abundante e irrenunciable tradición cultural moderna que representa Alfredo Zalce Torres. Dicta con solemnidad, uno de los párrafos de la gran mampara de presentación, que nos recibe al acceder al recinto. Una vez más, es entonces hora de bajarle dos rayitas a mis ansias por visitar alguna muestra de arte actual, en alguna galería o museo de Morelia. Suprimo esta categoría desde mi imaginario hasta llegar a la modulación correcta: arte moderno de mediados del siglo pasado.

En Michoacán, esto significa ponerse en modo Zalce (léase también modo: danza de los viejitos, pez blanco, paisajes de Guayangareo, Ruta de Tata Vasco y demás mexican curious del Michhuaque Registred Trademark) La primera xilografía, dispuesta a manera de presentación de la muestra, colgada en una de las paredes de la antesala del museo: ya me sorprende. Y no por su calidad de impresión, ni por su temática transgresora, sino por el ajustado montaje dentro de su marco, al cual le quedó chico el traje pues el autor nunca consideró la inflamación del papel de algodón al enfrentarse al porcentaje de humedad de Morelia durante el verano. Tras dichas consideraciones climáticas, el deambular por las dos salas de la muestra de gráfica, trascurre lento y sudoroso. Yo pienso en ir a buscar la pintura, los pigmentos diluidos en aceite de linaza, que se adhieren al canvas estéticamente hasta lograr una explosión de poesía… pero mi acompañante me baja de la nube y con frases bucólicas me hace reflexionar en lo exquisito de la artesanía de entintar correctamente una placa, de la chambota que significa el lograr imprimir un tiraje con los mismos valores que la prueba de autor.

Sin embargo, el recorrido se me va casi sin sobresaltos, predecible en las temáticas socio-urbanas de moda y monocromático en la lectura ambiental de la propuesta museográfica, sin dejar de mencionar los autorretratos y los planos-detalle dirigidos a los rostros que ostentan al refinado dibujante. Sí, -por ahí- de repente llaman mi atención algunas imágenes de tenis viejos, de envases vacíos de detergente; unas cabezas decapitadas esperando su turno en el molino de carne, algún valiente que se atreve a trasgredir los límites del tradicional enmarcado con vidrio y algún otro forajido que imprime sobre papel de albanene para conferirle a la obra, un poco de transparencia y un tanto de chicharrón. De no ser por un par de obras en cada sala, estaría abortando la misión de escribir la presente crónica; pero al fondo de la sala, un paisaje industrial, nos presenta, un tanque elevado. A distancia podemos observar como la textura negruzca que confiere el aguafuerte ensombrece la escena, como si realmente estuviéramos inmersos en la polución de una refinería; pero lo más interesante es que a medida que nos acercamos a la obra, casi se percibe el calor, el aroma a petróleo y aparece el color del ambiente industrial, es un degradado sutil que tiñe el fondo del rosa al ocre y que solamente pudo ser logrado por su autora, mediante la estampación de no-sé cuántas placas registradas con una precisión de relojero.

En la otra sala encontramos arrinconada la obra acreedora al único premio de adquisición en la categoría de gráfica: Coqueta de Sergio Ricaño Gutiérrez, la cual está resuelta perfectamente en aguatinta a tres placas de color, que se mezclan libremente casi como un trabajo de acuarela, y cerradas con la impresión en negro para incrustar las sombras y acentuar los altos contrastes. Más que la técnica, me resulta importante esta pieza, por su enfoque cinematográfico en el que Coqueta se encuentra en primer plano, posando en calzones, mientras da la espalda a unos señores charlando, quienes a su vez, son indiferentes a unos policías militares que aparecen al fondo de la escena, amedrentando a algún inocente. Al terminar con la exposición de grabado en la planta baja, descubro el hilo negro curatorial: la planta baja es para los que saben dibujar y la planta alta para los que saben embarrar. Ya hablando en serio, y evidenciando la carencia de un guión curatorial de propuesta original, la exposición de pintura se encuentra dividida en cuatro zonas denotativas: El lobby.

En esta división podríamos decir que se encuentran las pinturas más locochonas (sólo por usar algún término dominguero de los años setentas, refiriéndose a algún hippie que osaba salirse de los parámetros establecidos en alguna determinada convención). Nos recibe un collage compuesto de pequeñas imágenes de cuerpos y texturas, es intervenido al óleo con una figura frankensteiniana a escala humana, ésta nos tiende la mano casi, casi como presumiendo su muy merecida mención y haciéndome preguntar ¿qué dirá el Maestro Zalce, si supiera que han premiado un collage? Frente a esta obra se encuentra la que debió ser la ganadora de la Bienal: unas vísceras humanas desperdigadas sobre un campo de flores rojas y gerberas rosas, llenando todo el cuadro a sangre, con un ritmo de tripa-flor-tripa-tripa-flor. Esta pieza deja en mí, un abrigo de esperanza, un buen sabor de boca para los que esperamos no sólo ver el trazo de Zalce reproducido mil veces por pintores michoacanos, o simplemente pinturas bien resueltas técnicamente; sino que cuestionen con sus temáticas, el sentido de la pintura aplicada en materia del arte actual y critiquen el florecimiento de las recientes subculturas latinoamericanas.

La sala de figura humana. Por extraño que parezca, esta sala no trata del cuerpo humano, sino de un lugar. Sí, un lugar común, como lo es el tema del cuerpo humano en la pintura. En esta sala sólo cabe el virtuosismo de los autores, el jactarse de la habilidad para lograr plasmar las poses y las expresiones faciales de todos nosotros los mortales. Y como esta sala no es cualquier sala, aquí observamos alzarse como diosa y protectora a la gran obra ganadora de la Bienal El primer Tehuayorkino de Edgar Cano López, quién haciendo uso de un colmillo largo y retorcido, asegura embolsarse el premio desde la primer pincelada que dio en su estudio en Veracruz, pues tiene a bien sembrar un coctel de clichés que detonan nuestra mexicaneidad, observada globalmente y desde todas las aristas posibles, así como prever la inclusión de todos los temas que el Maestro Zalce trataba y los que no trató. En cuanto a la técnica ya ni escribo nada, pues el autor se protege, convenciendo a propios y extraños, al utilizar algo muy cercano a las famosas veladuras Rembrandt; y por si fuera poco, ahí le debió haber dejado al jurado sus diez kilos de currículum vitae. Bienaventurados sean los pintores retratistas, pues de ellos será el reino de las galerías.

La sala de lo abstracto y figurativo. Esta sección es digna de ser suprimida con un delete con todo y papelera de reciclaje, pues en muebles Dico podemos encontrar cuadros de mejor manufactura y a meses sin intereses. En ésta sala vive un cuadro realizado en chorreados azules que según la artista, simulan una ola, pero si uno se acerca a la obra más bien podemos observar los pelos de la brocha de ferretería, atrapados entre las plastas opacas del acrílico. Por el estilo hay cuatro o cinco obras realizadas con esta suciedad, batidillo de colores y técnicas mixtas mal superpuestas; sin dejar pasar un políptico que más bien parecen los ejercicios de un aspirante a la facultad de arquitectura en su curso propedéutico, así como un pajarito posado sobre una mancha de óleo blanco, directo del tubo, que pretende ser un hielo derritiéndose. Sin embargo y para mi sorpresa, en esta sala encuentro una obra maestra de Jordi Boldó, quién de no haber confundido las plicas en la paquetería, hubiera ganado la Bienal Mexicana de Ready-made, pues claramente es un bastidor que rescata del olvido, gracias a la intervención magistral de algunos niños que anduvieron jugando con lápices en su estudio.

La sala de las que sobran y no supimos cómo curar pero todavía hay pared. Sobra decir que este espacio no tiene un género pictórico definido, así que podemos encontrar de chile, mole y pozole: desde un refrito de Siqueiros, un intento de paisaje del Dr. Atl, una Mención Honorífica a un cuadro -que yo juraba-, era un original de Zalce y que se les había olvidado quitar de la exposición del acervo; hasta un par de obras que pasan desapercibidas, pero que resultan muy refrescantes a estas alturas de la muestra: Una especie de Giorgio de Chirico recreada a partir de los elementos cotidianos en cualquier casa mexicana, invita al espectador a redescubrir las hoy-desvirtuadas leyes de la perspectiva, la sección áurea, el punto de fuga y la composición equilibrada de los surrealistas. También hay un díptico bastante sarcástico que nos presenta una serie de aparadores de centro comercial, yuxtapuestos de manera muy sutil contra un cartel de la bomba atómica, criticando así, nuestra ya adoptada y adorada doctrina del consumismo. No podría omitir nunca, el pequeño y desafortunado recoveco donde el jurado trata de explicarnos, la ardua labor de revisar más de 700 imágenes digitales sin poder ver la pieza físicamente (espero que les hayan pagado, porque al menos, de eso no se quejan), así como justificarse de cómo no pudieron ponerse de acuerdo ni en los premios, ni en la curaduría. También se deslindan de responsabilidad por algunos engaños de los concursantes, de los cuales fueron víctimas; pues argumentan que les dieron gato por liebre: verán que un par de obras tienen como base una impresión digital cromógena (léase también: fotografía). Esta acción artística me parece un atrevimiento muy divertido de parte de este par de bribones, pues sus fotos ahí viven en la Bienal, robándole el aire a otras obras de maestros consagrados de la pintura nacional. Por si esto no fuera poco, en este breve espacio, el jurado se atreve a exhibir al lado de sus semblanzas, una muestra de su obra, las cuales no hubieran sido seleccionadas ni por ellos mismos en esta Bienal. Quizá para la próxima.

 

*Edward Mutt es Crítico de Arte, proveniente de una

reconocida familia francesa de artistas contemporáneos.

 

 

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