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LA ESTOY MIRANDO

Por Noé Contreras González*

La estoy mirando, ella al lado mío, fingiendo que trata de dormir. Si abre los ojos, yo cierro los míos. Pero no los abre, sabe que no le es conveniente hacerlo, porque la estoy mirando. Pienso en lo hermosa que es y en las ganas que tengo de decirle eso sin que lo tome de nuevo como una estrategia mía para lograr no sé qué cosa retorcida o estúpida… o incluso honesta.
–Es parte de la experiencia de, por ejemplo, escuchar música, hablar sobre lo buena que es, lo exaltado de algunos compases, lo delicado de otros. Igual me pasa con tu persona, tu belleza. Quiero discurrir sobre ella, solidificarla con palabras volátiles pero certeras.
–Le dije, un momento antes de que cerrara los ojos de ese modo, con esa sonrisa de bienvenida pero sin invitación a pasar dentro.
–Hoy me han dicho que soy tierna como un perro y que soy bonita como una canción, no sé qué pensar de ello. –Contestó, con la misma sonrisa, a diez cm de mi cara. Los párpados sobre las córneas todo el tiempo.
Seguro no quiere abrir los ojos porque sabe que la estoy mirando, estoy convencido de ello. Decirle algo sobre la comparación con los cachorros y con la música podría llevar a otros malentendidos más profundos, más estúpidos. Mejor es simplemente besarla. Y la beso. Y espero que abra los ojos, pero no los va a abrir… si los abre a esta distancia… A esta distancia no puede abrirlos porque sería muy intensa su mirada en mí, la mía en ella, sobre todo. Y lo sabe, por eso no lo hace. Y yo sé que lo sabe y por eso quiero que los abra, para mostrarle que yo puedo mirarla así, a esa distancia, con devoción. Porque una mirada a esa distancia, en esa situación, carga forzosamente algo de devoción, de embeleso. Ese embeleso que tanto le asusta, que le resuena a no sé qué novelas rancias, o hasta a alguna telenovela pedorra del infierno… y sobre todo a sus propios desengaños amorosos, terribles, culerísimos, como los de todos, según sé, según me imagino.
No abre los ojos y yo entiendo perfectamente por qué no los abre. A esa distancia es menos íntimo un beso que una mirada, y por esa razón la beso de nuevo. No sabe que esa devoción con la que miraría sus ojos es una devoción poética, no devota. Una devoción no devota, claro que se puede, después de tantas contradicciones en las que vivimos sumergidos todo el tiempo. Tiene miedo de ser glorificada por no sé qué razones profundas, resultado de confusiones, de ascos, de certezas fundadas tal vez, ¿de flojera?
No puedo saberlo, sobre todo si no abre los ojos.
Qué carajo tendría de malo, si nos acabamos de revolcar, de querernos toda anoche con esa devoción poética (más no devota) de la que ahora huye y que, sin embargo, le parece permisible en el acto amoroso. Tiene miedo de ser idealizada, ¿por temor a qué cosa?, no tengo idea.
!Carajo! tal vez por simple flojera. Flojera de cargar con un embelesamiento y/o flojera de abrir los ojos. Una mirada es más intensa que un beso a veces y por eso la beso por última ocasión…
Y me quedo con esas fáciles contradicciones: el beso menos intenso que la mirada, la devoción no devota. Me quedo mejor nomás con esos contrasentidos, por llamativos, por poéticos. Aunque sé que detrás hay mucho que no sé qué es y que franca y afortunadamente, de momento también me da flojera. Y como después ya no va a ser así, por eso la beso por última ocasión.

*Noé Contreras González es ingeniero, músico en Ciènega y Et Mortem, melómano y escritor.

 

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