EL POLLO
Por Paulina Jiménez Cíntora
Se desvaneció temblando hasta las arterias…
El sin poder hablar, la luna olvidándose de su martirio. El mercado parecía ingenuo a los gritos constantes del animal. La matriarca de las pequeñas bestias, la mujer con la empuñadura de metal, esa dama que lleva el cuchillo limpio, a ella le temía hasta la sombre del sol.
El concreto aún limpio ya extrañaba en su piel cacariza los tintes rojos de la sangre permanente. El animal se escondía entre los hoyos de una caja de madera, tan benévola como traicionera, su pico apenas maduro se asomaba para robar un poco de oxígeno.
La asesina no vacilaba, sus redondos y formados pechos se escapaban como naranjas del escote descuidado, su cabello caía apenas rozando sus hombros.
Las voces alrededor eran coros inaccesibles al llanto y la pena, tan solo adornos melódicos de la suciedad mundana. El mercado y su gente eran una danza penosa del Lago de los Cisnes, la peor interpretación; caníbales vestidos de aves y un ave disfrazada de mártir.
Como cumpliendo una sentencia, encerrado en la individualidad de una caja cual bomba, el animal soltaba plumas y una lagrima temblorosa se le resbalaba sin miedo. La mujer, la desgraciada y fornida dueña del látigo cruel se elevó hasta que el mandil quedo planchado en su curvilíneo cuerpo, sudaba por dentro mas no por los nervios, si no por el calor brumoso de la media mañana.
Tiro fuerte del cuello amarillento del pollo, este sintió punzadas formando un circulo perfecto en el aire con su liviano cuerpo, a causa del movimiento brusco de esa mano intrusa en su garganta. La tabla lo bendijo con un tibio beso, el machete vibro en la brisa y se dejó caer de un manazo partiendo en dos el pescuezo.
En un segundo todos gritaron. La madre y el padre siendo revueltos en su santa gloria por el túnel estrecho del duodeno, los hermanos lloraron diamantes en sus respetivas cajas mortales y sus no- nacidos hijos despertaron en la cuna de los cielos.
Ella se lavó las manos sacudiéndose las plumas voladoras de la masacre, descargo más cajas mientras la sangre se drenaba por la coladera e ignoró el gritoneo incomprensible de las aves.
*Paulina Jiménez Cíntora es pintora autodidacta, gastronoma, fotografa y escultora. Escritora de cuentos, poesía y novela, autora del poemario erótico “Muerte súbita de un astro”.