LA NIÑA DE LAS MUÑEQUITAS
Por Adrián Solís
“Aunque fui muy pobre cuando era niña, me divertí, fui feliz.”
Esther Sánchez Quevedo
Esther Sánchez, conocida en su infancia como la niña de las muñequitas, ahora tiene 70 años, es madre de 9 hijos y esposa de Epifanio Solís; creativa, trabajadora e inteligente mujer. Esto que leerán, es una pequeña parte de su historia y de cómo es que la apodaron así.
Virginia, la mamá de Esther le hacía muñecas de trapo cuando ella era una niña, para que tuviera con que jugar, eran una familia pobre, que vivían en un pueblo llamado Vista Hermosa, Michoacán. Esther aprendió de su mamá a hacer las muñecas y fue algo que le encantó.
A la edad de 8 años, Esther ya se hacia sus muñecas y, al mismo tiempo tenía que planchar, lavar, hacer mandados, cuidar a sus hermanos menores e incluso cargar con su rebozo a los que aún eran bebes. Cuando el niño que cargaba en su reboso dormía, era cuando podía coser sus muñecas, de no ser así el único momento que tenía era durante la noche bajo la luz de la luna.
Esther comenzó a vender muñecas a otras niñas que pasaban por su casa, las veían y le pedían que les hiciera a ellas también. Más tarde ya la conocían incluso en las rancherías de los alrededores, cuando ella llegaba a esos lugares gritaban “¡ya llegó la niña de las muñequitas!”, y corrían hacia ella con sus retazos de tela para que les hicieran una muñeca.
Éstas eran hechas de trapo, retazos de tela y medias deshiladas que servían para hacer el cabello. Compraba los retazos con una costurera que vivía frente a su casa. Sus papás le daban 25 centavos a la semana y, con este dinero compraba los retazos, le alcanzaba para hacer varias. Las muñecas tenían diferentes precios, entre 5 y 25 centavos dependiendo del tamaño.
Lo que más le gustaba hacer a Esther de niña era correr descalza, para no maltratar sus zapatos en las calles empedradas del pueblo, cuando jugaba carreritas con otros niños. Siempre fue de las más rápidas. Por supuesto, hacer muñecas era su otro pasatiempo favorito.
Ella aún es una niña, aún hace sus muñecas y sueña con jugar, ya que muchas veces no pudo hacerlo por las múltiples tareas de adulto que tenía que hacer a su corta edad. Las muñecas fueron su escape, su diversión, su forma de afrontar la realidad que la rodeaba.
Esa niña trabajadora, creativa e inteligente es mi madre, orgullo de cada uno de sus hijos. Ella nos enseñó a crear, luchar y salir adelante. Nos demostró con una simple historia de su vida, que la felicidad, es una elección.
Ahora Esther y sus muñecas han sido la inspiración para mi nueva serie fotográfica. Sus manos entrelazadas son unión, son fuerza, son cariño, son melancolía. Una creación de su infancia vuelve a nacer entre sus manos ya cansadas. Se conecta el pasado con el presente, una niña con un adulto mayor y lo que fue una realidad con un recuerdo. Así es como se vuelve a vivir y a través de la fotografía es como nunca se olvidará.
Adrián Solís es arquitecto por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, fotógrafo, le gusta la naturaleza, los pueblos y conocer diferentes culturas.