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ME DI CUENTA AL TALLAR LA PIEDRA QUE NUESTRO ORIGEN ES VOLCÁNICO

Por Verónica Loaiza*

“Cuando estaba tallando la piedra entendí quien era, recordé mi origen. Mi papá y toda mi familia se habían dedicado a la agricultura, él siempre me había dicho que para sembrar teníamos que sacar las piedras y rellenar esos hoyos con tierra”; mientras nos transportábamos de Morelia a Tacámbaro, Prisciliano me relataba el porque regresó a México cuando aparentemente su vida como artista en Europa ya estaba arreglada. El ser la ruptura generacional de su familia, cambiar la geográfica de su descendencia, vivir en un contexto que no era el suyo, fueron algunos de los motivos para dejar Bratislava, Eslovaquia.

Hacia tiempo que “Pris” me había invitado a pasar unos días con su familia, después meses en la Ciudad de México, Tacámbaro fue la mejor decisión, recluirme una semana en este maravilloso pueblo. Platicando de escultura y los motivos por los que había decidido profesionalizarse en esta disciplina, lo que me conmovió fue escucharlos decir, “me di cuenta, al tallar la piedra, que nuestro origen es volcánico”. Hasta ese momento no lo había entendido así, solo bastó esos días en su pueblo y una experiencia con chamanes para lograr comprender el origen de las piedras sobre el del hombre.

La imagen de la tierra, para Prisciliano Jiménez, es el lugar de donde proviene. Tacámbaro es el reflejo de su historia personal y el pueblo en el que han vivido, sembrado y conocido más de cuatro generaciones de su familia, “fue el entender el lugar donde vivía, por más piedras que sacara siempre iba a estar otra más abajo”, compartía el artista plástico de origen purépecha.

“Un día alguien me dijo que mi bisabuelo hacía bailar las piedras, las tomaba y las giraba, hacia lo que quería con ellas, eso es muy poético”

Jiménez Zarco es egresado de la Universidad Veracruzana de la carrera de Artes Plásticas con especialidad en escultura. En el periodo 2005, un año después de egresar, fue invitado a la Academia de Bellas Artes, en Bratislava, Eslovaquia. El maestro Jozef Jankovič reconoció a Prisciliano gracias a una pieza específica, un guacal esculpido en piedra volcánica. Este fue el motivo de que el escultor eslovaco invitara al michoacano a trabajar como asistente en su taller realizando su maestría, “allá trabajas tres o cuatro años en algún estudio profesional, eso es hacer maestría; aparte de eres el consejero, asistente y vínculo entre los alumnos y el maestro”.

A raíz de esta estancia con Jankovič, trabajó sobre un tema específico, el de los objetos mexicanos de uso común, como el guacal. Realizó copias exactas de cosas cotidianas, para así convertirlos en objetos originales por su técnica, origen y significado, “un objeto masificado, lo nacionalizaba, lo insertaba al contexto”. Cuando Prisciliano llegó a Eslovaquia empezó a cuestionarse sobre su identidad, “yo no quería hacer piezas que la gente entendiera, no quería reproducir clichés, ni generar estereotipos mexicanos”, la intención de su obra no era la de ser reconocida como la de un artista mexicano, sino ser reconocida como la obra de Prisciliano Jiménez Zarco.

Buscó que su obra no fuera un calco mexicanizado, más bien que fuera distinto al resto de la obra que se estaba produciendo en Eslovaquia. En la búsqueda de su lenguaje Jiménez Zarco utilizó elementos comunes de México de significado universal, “los guacales también se utilizan en Eslovaquia, lo puedes concebir como un objeto tradicional”.

Prisciliano es promotor y organizador del Simposio Internacional de Escultura en cantera gris en Tacámbaro desde 2013 hasta la fechas. Desde el 2003 ha realizado distintas intervenciones en ciudades como Belgrado, Bratislava, Vilagarcia de Arousa, Santiago de Compostela, Morelia, Michoacán y Kobe.

“Ese sueño fue el que hizo que decidiera no quedarme en Eslovaquia

“Me di cuenta que después de cuatro años de estar trabajando con Jozef podía hacer una vida en Eslovaquia”, pero todo cambió a raíz de un evento, “una noche tuve un sueño, estaba sentado enfrente de un fogón y del otro lado había un anciano que me dijo que tenía que cargar una piedra, que esa era mi penitencia. Se paró y se perdió en la obscuridad”. Cuando “Pris” despertó, no sabía que pensar, no le dio importancia. Curiosamente a los dos meses recibo de su amiga Lulú un correo, quien organizaba el Primer Festival de Arte de la Tierra, en el volcán Paricutín. “Automáticamente me vino a la mente ese sueño, pensé, ¿porque no cargo una piedra?”, a partir de ahí dedujo, más que el tema de una acción performativa para dicho evento, el descubrir que quería decir el sueño, de qué se trataba el asunto.

Al proyecto del volcán Paricutín le denominó “La Manda”, para lo cual buscó piedra con la cual pudiera cargar, un metate fue el modelo, “durante seis días estuve tallando, ahí donde encontré una piedra de 27 kilos, en el volcán. El séptimo día me cargue la piedra y me fui caminando desde ese punto hasta el centro del volcán”. Lo relacionó con el sueño, ahí comenzó a dialogar con la piedra, surgieron muchas cosas “descubrir y conocí a mi familia a través de las piedras”.

Fue este evento el que le hizo comprender que no debía de existir una ruptura, no habría porque empezar de cero, él ya tenía su tierra en Tacámbaro, Bratislava no era su tierra, allá no tenía nada, “todo lo que me enseñó mi abuelo a mi papá y su abuelo a la vez, se perdería”. Asegura Prisciliano que esta experiencia fue una forma de entender su origen “en la vida nos tenemos que probar a nosotros mismos, ser congruentes, así como el arte. Hacer arte congruente y tener una vida congruente, aunque cueste trabajo”.

La piedra le ayudó a conocerse y reconocer lo había aprendido desde niño, “así entendí a mi bisabuelo a la perfección. Eso es lo que un escultor hace, que las piedras hablen, bailen, canten, es poesía… se puede hacer flotar a las piedras”, me decía “Pris” sonriente mientras llegábamos esa tarde de diciembre al hermoso Tacámbaro.

 

Verónica Loaiza es arquitecta, artista visual y gestora cultural. Directora de la asociación civil Contenedor de Arte.

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