UNA DE CANTINAS
Por Verónica Loaiza
…”Y me fui a quebrar mi destino y en una cantina cambie mis canicas por copas de vino. Que coraje me daba conmigo, no tenia bigote, ni traía pistola, ni andaba a caballo. Que coraje me daba conmigo, yo andaba descalzo y a ti te gustaban las botas de charro”…
-Vicente Fernández [Las Botas del Charro].
Apenas tenía unos meses radicando en Zitácuaro. Un día, como las doce del día, me detuve en el local de la calle de Hidalgo esquina con Salazar, ahí donde las paredes están pintadas azul cielo. Abrí las puertitas abatibles color blanco, asomé la cabeza y eché un vistazo rápido a la cantina, entonces Félix, un hombre con semblante tranquilo y ojos claros, se acercó sin decir nada. Sólo le dije “!Hola¡ Quería asomarme y conocer, después vengo con más tiempo”.
Era el “Bar de Gil”, donde predominan los posters de Marilyn Monroe y las imágenes de artistas de la Época de Oro, una de las tabernas más famosas de esta ciudad, fundada hace más de 35 años. “Sobre la canción de Don Vicente Fernández ‘Las Botas del Charro’… me he preguntado en que cantina cambió sus canicas por copas de vino. Yo tengo como tres cajas de canicas a lo mejor me las cambian por una botella”, comparte Félix bromista sobre el tema de Fernández. Ahora como propietario, después de habérselo heredado Gildardo Valdespino Alcantar, -alias Gil-, procura un bar respetuoso hacia cualquier visitante.
Las cantinas surgieron en 1847, a petición de los soldados invasores, cuando la ocupación estadounidense en México, así se instauraron los salones del Viejo Oeste.
Comparte Orozco que hace varias décadas el que iba a la cantina era un machote, era el mexicano “hasta las cachas”, término para definir algo de sobremanera, en exceso, era el “cabrón”. Eran sitios donde iba la gente recia, no había jóvenes ni mujeres, a excepción de la revolucionaria y perseguida Juana Gallo; sin embargo, ese concepto ha cambiado con el paso del tiempo.
Son las canciones de Amalia Mendoza, Matilde Sánchez, Lucha Reyes, José Alfredo Jiménez, Javier Solís, Yolanda del Río, María de Lourdes o Agustín Lara las que ambientan esta taberna, dónde se puede disfrutar de la música mexicana, la romántica de los 60’s y 80’s, más “no se tocan narcocorridos ni banda, esa música incita a la violencia, no tiene otro sentido”.
Félix considera que al desaparecer la esencia la música regional mexicana, también termina el sentido de las tabernas tradicionales. “Si nosotros tuviéramos banda, tendíamos un desorden con la clientela, el que se toma dos copas y escucha ese tipo de música se siente matón, se siente asesino, un lugar con narcocorridos ya deja de ser cantina, se convierte en otro tipo de cosa”, sostiene Orozco. “Escuchaba la XELX y La T Grande de Monterrey, que trasmitían música tradicional mexicana. Ya después veía en la televisión “Siempre en Domingo” con Raúl Velazco, ahí fue que se empezaron a dar a conocer los artistas nuevos, creo que fue ahí cuando se perdió la música vernácula”.
Después del triunfo de la Guerra de Reforma, el concepto de cantina evolucionó, como un espacio elegante, decorado con objetos saqueados de las casas conservadoras, proveyendo vino de las bodegas de Maximiliano.
Encantado por María Félix, Dolores del Río y Sara Montiel –cuestión evidente en esta taberna- Orozco disfrutaba más de las películas de la Época de Oro que transmitían en el Canal 2, que de ir al cine, “Me tocó la época del cine de las películas de ‘Los Hermanos Almada’ que nunca perdían en un pleito, siempre ganaban. Tiraban más balazos que en la Revolución, tanta balacera, no me gustaba, era muy violento”.
Félix llegó al “Bar de Gil” en el 2000, como cantinero, desde entonces es admirador de Monroe y Roy Orbison. Fascinado por los espectáculos en vivo, no perdía oportunidad para asistir a la Ciudad de México a las presentaciones de José José, Amalia Mendoza o Clavillazde en los teatros “Blanquita” o el “Fru Fru”.
En el Porfiriato se fortalecieron las cantinas como las conocemos ahora, la Ciudad de México tenía más de mil cantinas en la primera década del siglo XX.
Y es que, quién no haya visitado una cantina -aunque sea para tomarse un refresco-, se ha perdido de una experiencia sui géneris, hay lugares que determinan una comunidad y las tabernas definitivamente lo son. Las anécdotas y camarería dejan en segundo término la edad, la posición social, la laboral y las diferencias. Ya sea para ahogar las penas en momentos de debilidad, por pasar un momento de distracción y platicar con los amigos, o por el simple hecho de tomar una cerveza fría a la par de escuchar música de amor o desamor… las cantinas son y serán parte de la identidad del mexicano, estas construyen nuestra historia y nuestra identidad ¡Salud!