Veintisiete bailarines en un mismo cielo
La enclaustrante condición de la pandemia que está viviendo el planeta suele deparar, también, situaciones sorprendentes, un efecto que en cierto sentido era inevitable. Por ejemplo, han proliferado conciertos de formaciones orquestales sin contacto entre los músicos: cada uno interpreta las frases que la partitura le asigna a su instrumento, desde su casa. La transmisión televisiva se ocupa de armar un gran mosaico que reúne a los artistas distanciados.
Algo parecido, con otras exigencias y con las limitaciones del género (en este caso, la danza), intenta la coreógrafa Diana Theocharidis con el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, que ya viene transitando este desafío tan arduo como fascinante. ¿Cómo armar una «coreografía» con más de una veintena de bailarines sin que haya contacto entre ellos? Aquí también, como en el caso de los músicos, cada intérprete da lo suyo sin violar la consigna de «Quédate en casa» que impuso la cuarentena.
El resultado es En un mismo cielo, una experiencia que en su desarrollo integra material de movimiento aportado por los intérpretes, y que se presenta como «un film». En apenas diez minutos, el espectador verá desde su casa al elenco oficial que dirigen Andrea Chinetti y Miguel Ángel Elías, dando vida a esta pieza que estará disponible en la web a partir de este jueves, a las 20.
Alarma entre los ángeles y en los celulares
«El trabajo fue filmado con celulares, veintisiete en total, pertenecientes a otros tantos integrantes del grupo -anticipa Theocharidis-, en las casas de cada uno. Trabajábamos ocho horas por día, prescindiendo de luz artificial. Claro que cada uno de los intérpretes debía ‘limpiar’ su casa de todo objeto que pudiera distraer del lenguaje coreográfico que allí se desplegaba: muebles, enseres. incluso cuadros. Se descubrían rincones de la casa y hasta se valoraban en el registro fílmico.»
Como para intentar una cierta «espontaneidad» no teatral, en cada casa la indumentaria se improvisaba in situ: «No recurrimos a ningún diseñador de vestuario, sino que ‘asaltábamos’ los placards de cada uno y buscábamos prendas según los colores y el diseño -advierte la coreógrafa-. Incluso los recodos donde se guarda la ropa más íntima, ya que una de las bailarinas interpreta su solo con mínimas prendas interiores».
Hay una «Obertura» musical de Pablo Ortiz, talentoso compositor argentino que reside en Estados Unidos. Y a medida que la pieza avanza, se verifica un viraje sonoro que proviene del recordado Luis Alberto Spinetta y del legendario grupo Invisible, del cual Theocharidis eligió el único tema absolutamente instrumental de esta banda, Alarma entre los ángeles, con el virtuoso solo de guitarra de Tomás Gubitsch.
Este entramado sonoro acompaña las performances individuales de cada bailarín, en actitudes ya sea neutras, entusiastas e incluso angustiantes, vividas (y registradas por la cámara) en pasillos, habitaciones y patios. Y hasta a través de un piso de vidrio transparente, enfocado desde abajo, de manera que la bailarina que ejecuta este pasaje (Eva Prediger), deslizándose sobre el vidrio, evoca la improbable peripecia de un pez (o una sirena) en lo profundo del océano.
Otra integrante del Ballet Contemporáneo, Carolina Capriati, corre velozmente a lo largo de un extenso pasillo; parece una huída a través de un pasadizo secreto extraído de un film de suspenso, pero no es más que el palier del piso en el que habita la bailarina. «Pero es un piso elevado, de modo que por los ventanales excepcionalmente ingresa el afuera: la ciudad, allá abajo, como en una toma aérea», describe la autora, que contó con la colaboración de Diego Poblete, asistente y bailarín de la compañía, en este caso transmutado en el operador que registró cada unidad filmada y luego realizó la edición del video.
Los espacios interiores alternan con patios y jardines, o con terrazas y escaleras, en los que cada uno interpreta, a través del movimiento, las condiciones en las que se vive, se siente o se sueña. Theocharidis anticipa también que, entre otros intentos de encuadres no convencionales, hay un plano contrapicado en el que «la cámara» deja ver el tronco y la copa de un árbol añoso, que oficia de marco a la danza de Andrea Pollini a pleno sol.
Así se va desplegando En un mismo cielo, una suerte de puzzle, fluido y complejo a la vez, en el que los compartimientos aparentemente autónomos de algún modo se integran. O, como lo resume Theocharidis, «lo que da unidad a toda esa variedad de secuencias dispersas es la mirada de quien las mira».
https://www.youtube.com/watch?v=fCAYzzkTKx8
Fuente:
Tirri,N. (2020, 29 de julio). Veintisiete bailarines en un mismo cielo. La Nación. https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/danza/veintisiete-bailarines-mismo-cielo-nid2405958