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THRILLER DE IMPULSOS PERSECUTORIOS Y SADISMO CRUDO: ANTICRISTO

Por Roberto Mañón Garibay*

Lars Von Trier no ancla en los puertos. No los invade, como los viejos piratas. Los soslaya con sus enhiestas velas de escándalo, y desde allí, desde la orilla, conturba a sus habitantes: remueve y vomita las pulsaciones del gran creador de cine y provoca lo mismo en quienes contemplamos su obra. No se queda nunca en un lugar -valido confort de otros grandes creadores, como Allen, por ejemplo- porque su abanico temático es hiperkinético y precisa del dinamismo constante. Sus obsesiones se inscriben en la alta bandera de su buque: ¿la vida sin salidas morales?; ¿la muerte liberadora?; ¿la relación de pareja destinada al fracaso y la crueldad?; ¿la desesperanza inexorable?; ¿la violencia ineluctable del ser?

A su última película, Anticristo, le fue bien en Cannes en 2009 y en otros festivales que premian al cine de género fantástico, menciones especiales tuvo su protagonista, Charlotte Gainsbourg cuyo físico recuerda a Keith Richards de joven. En la Ciudad de México tuvo suerte unas 3 semanas en corrida comercial y recaló en cinemanías y cinetecas; en el cine Lido, pequeño revival de aquel viejo cinote, estamos 6 personas, 4 vamos solas y una pareja entra tarde, algo dubitativa. Todos estamos sentados a no menos de 10 butacas de por medio, a mayor distancia de la pantalla -disiento de Bordieau, por lo tanto-, y de los demás se goza mayormente la experiencia del cine. Casi al final de la película la pareja deja la paradoja a la que se aventuró y sale con cierta rapidez. Los demás quedamos hechos piedra cuando se encienden las luces, la razón principal: las reacciones en el Lido, es que se trata de un extraño filme de terror que se inyecta directamente en las vísceras. Ejercicio sui generis con 3 actores: un niño de 3 años y sus padres: el estupendo Williem Defoe –psicólogo- y la intensa Charlotte –escritora-. Cierta noche, el niño, desde su cama se afana por ir tras los copos de nieve que caen grácilmente. Lo consigue cayendo por la ventana en lo que sus padres hacen el amor con frenesí, con un bello ¿lied? como fondo musical y cámara ralentizante para mayor efecto dramático. No es fácil abstraerse de la belleza corrosiva de esta secuencia.

Defoe sólo llora una vez, cuando camina detrás del féretro de su pequeño hijo, pero la tragedia en ella es desgarradora; acaso ¿porque sabe que tuvo mayor responsabilidad?, algo que después se develará. Él, psicólogo engrillado al método, a la recalcitrantica de su estricto deber ser, se lleva a su esposa escritora a Edén, ese bosque tupido de verde y de recuerdos, de reminiscencias nordicomágicas en el cual se desbocan los pretendidos resultados de su método y la cordura misma, ya en estado pendular cuando llegan ahí. Para ella ese bosque en el que anida la entrañable cabaña familiar solamente trastocada por bellotas saltarinas y bestias silvestres, es la mayor representación asequible del dolor por la tragedia sufrida. Él quiere que su mujer arrostre y venza desde, a el Edén. Pero ganan la psicosis, la inflexión del dolor físico hacia lo más vívido, el sexo como cauda carnal de la delirante catarsis de Charlotte, los cuales trazan un tour que termina con imágenes salidas de una pintura de Bruegel. Acaso del Triunfo de la Muerte pero con tapices de cuerpos desnudos femeninos, de brujas maléfica; el entreverado de símbolos y la psicosis femenina en la película han provocado que algunos llamen a este filme como misógino, lo cual es pueril, por cierto.

La película se divide en seis partes: prólogo, 4 capítulos -duelo, caos, genocidio, los 3 Mendigos- y epílogo. De la teatralización noir de sobresalientes resultados de su anterior filme (Dogville), el danés Von Trier realiza ahora a un fresco pictórico literario de terror. Anticristo fusiona el arte de los pintores flamencos con la animación de los actuales filmes fantásticos, a tono con el thriller de impulsos persecutorios y sadismo crudo.

John Waters –el controversial director, clon físico de Steve Buscemi- dijo que Anticristo sería la película que haría un Bergman resucitado de los infiernos, ¡vaya halago!; seguramente el maestro sueco no aprobaría el comentario -no le gustaba que se le comparara con Lars-. Pero con perdón de Bergman, el tiempo y la obra que todavía habrá de filmar el cineasta danés, seguramente harán más exacto el comentario de Waters.

 

*Roberto Mañón Garibay es un cinéfilo irredento, egresado de la Sogem, tiene una productora, rmanong@hotmail.com

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